A menudo se habla sobre los "falsos amigos" de las redes sociales, no seré yo quien niegue que hay mucho fantasma por ahí suelto, pero también tienes la oportunidad de conocer personas interesantes y de gran talento. Hoy quiero compartiros el poema con el que Ana Silva gano el concurso de poesía del SATSE, (Sindicato de Enfermería de Orense). Ella es enfermera, trabaja en la unidad del dolor y en reanimación. A diario ve el sufrimiento de cerca, no sólo el sufrimiento físico, sino también el que no se ve, así como la incomprensión y la deshumanización que rodea a los enfermos. Cualquiera que haya pasado por una enfermedad o sufra dolores crónicos, como es mi caso, se encontrara reflejado en las reflexiones del "Tríptico del dolor". Gracias Ana Silva.
Siempre llega
un segundo en la vida
en que se tuercen las líneas de la manoy uno deja de sentirse invulnerable.
Cuando lo que te identifica es una pulsera en la muñeca pasas a ser el paciente 32/
Cuando se cotidianizan los pinchazos, las técnicas, las pruebas
el dolor entra a formar parte de:
Bebo lo normal, Fumo lo normal, Grito lo normal y NO.
El dolor no es normal, es extraordinario.
Es confeti toxico y murciélagos oscuros prendidos en la lengua,
aunque ésta sólo acierte a pronunciar:
Me duele lo normal
Aunque ese dolor normal sean erupciones volcánicas, un espectáculo pirotécnico privado.
No deja de ser extraño sentir el pulso acelerado del silencio en la garganta
boicoteando ese grito que no termina de salir.
Porque el dolor es ese aullido transparente, casi invisible.
Acaso una expresión en el rostro o una súbita contracción del vientre.
Por eso hay que nombrarlo.
Decir : MI DOLOR
Reivindicar su existencia
Porque a menudo ni siquiera los diagnósticos médicos o el AMOR lo creen.
Y se refugia la Medicina en expresiones comodín.
Cuando tras consultas, opiniones y pruebas no saben que decir
recurren a estas cuatro palabras:
“El cuadro del dolor”
Ellos no lo saben pero cuando usan ese sintagma nominal perfecto
yo pienso en Francis Bacon, en Frida Kalho, en Eduard Munch
y también en ciervos que corren.
Es mi acto de rebeldía.
Ellos lo ignoran.
Comentan el caso entre sí:
“El cuadro del dolor del paciente”
“Y el paciente con ese cuadro de dolor”
“Y si el cuadro de dolor persiste”
Todo muy técnico y sutil.
Yo los observo en silencio y pienso que ellos no sienten los golpes en el pecho
ni la berrea de ciervos en la cabeza.
Y el paciente es el único que conoce los límites de ese cuadro en blanco,
sin marco, al que nadie sabe dar un nombre.
Por eso invoco a Bacon, a Kalho y a Munch.
Debe haber algún refugio en el dolor de otros,
en lo sublime.
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